viernes, 15 de febrero de 2008

La Blanca

La historia de La Blanca se puede leer en la cara cansada de sus meseras o en las camisas, tan viejas, que un día fueron blancas, de sus meseros. Es como si el reloj (Sydney, ¡El mejor!) se hubiera detenido y con el se hubiera parado el tiempo en el local. Como si sus empleados hubieran envejecido sin darse cuenta, convencidos de que todas esas jornadas, calcadas unas a otras, hubieran sido un solo día.


Entrando a La Blanca, me acordé inmediatamente de Madrid. Las texturas, los olores, el mobiliario, la luz de fluorescente… me transportaron inmediatamente a esa esquina de cualquier calle de la ciudad en la que sobrevive, quién sabe como, un barcito o una cafetería. En ellos se oxidan, día tras día desde hace años, las mismas caras detrás y delante de la barra.


En aquella merienda descubrí que en determinados lugares se puede viajar en el tiempo y además en el espacio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegra ver que vuelves a pillar ritmo con tu blog... esta en mi rutina del trabajo: 20min...as... mexicostron... besazos maestro... cuidate mucho...

costrón dijo...

Ese fer!! el más fiel seguidor de mis andanzas o por lo menos el más valiente...

Cada vez que veo el primer comentario en cada post sé que va a ser tuyo y es la hostia saber que estás ahí.

Pronto nos vemos!!!

Besos