O lo que es lo mismo, el parque temático de la Basílica de Guadalupe, segundo centro de peregrinación cristiana con 14 millones de visitantes al año (ni Eurodisney).
Domingo, 12:00 del mediodía. Desde la boca del metro se respira ya el fervor, familias enteras, muchas venidas de otras ciudades y el campo, se dirigen ansiosas como atraidas por el poder que emana el milagroso manto. Nada más cruzar la puerta del recinto algunos se arrodillan, toman a sus niños pequeños en brazos y comienzan a avanzar trabajosamente hacia la basílica más moderna y gigantesca. Ésta guarda la capa del, entonces indígena y hoy santo, indio Juan Diego sobre la cual, cuenta la leyenda, se apareció la
Virgen Morena.
Dentro del espacio circular se dan misas initerrumpidas todos los días del año y es el que acapara el mayor número de fieles. Las coronas de flores se acumulan en gigantescas montañas a los pies de la Virgen. Trás escuchar el sermón durante un rato la gente se encamina al túnel que permite pasar por debajo del altar y observar el resultado del milagro de cerca. En una lenta procesión, la gente se va subiendo a las cintas transportadoras que evitan que se atasquen demasiado contemplándolo, atascando el tráfico de peregrinos.
En ese momento, cumbre en la visita, el silencio de los fieles es ahogado por el sonido (un tanto LasVegasnesco) de miles de monedas golpeando contra las cientos de huchas colocadas con gran tino mercadotécnico.
En cada salida, por aquello de la ceremonia 24/7 , se ubica sobre un podio un curilla, con gafas de sol estilo policía gringo. Mientras con una mano reparte bendiciones
urbi et orbe, meneando una brocha que unta en agua bendita, con la otra recoge ávidamente las monedas más grandes que la gente le deja sobre la mesa.
Después, se recorren el resto de iglesias, cada vez más grandes, que se fueron levantando en el cerro. O se sube a lo alto del mismo, donde hay una vista estupenda de la ciudad, o se visita la enorme estatua de bronce de JP2º o el papa móvil que usó en su última visita (cuando canonizó al Indio Juan Diego) .
Acabando la agotadora jornada, las familias se sientan a comer el taquito en la esplanada central o se hacen la foto con la imagen de la Guadalupana y el retrato del Papa sobre fondo floral.
De vuelta al metro, el inmenso mercadillo de iconos y motivos
kisch/católicos aprovecha la mezcla de fervor religioso y de consumo para hacer su agosto.
¡Si este esquema no es igual al de una visita al Port Aventura, que venga dios y lo vea!
La verdad es que la excursión me impactó profundamente, por la emoción de la gente (de economías muy humildes y absolutamente entregados), por la opresora sensación de circo siniestro y por la constatación de que los conquistadores siguen ahí bien presentes.