viernes, 15 de febrero de 2008

La Blanca

La historia de La Blanca se puede leer en la cara cansada de sus meseras o en las camisas, tan viejas, que un día fueron blancas, de sus meseros. Es como si el reloj (Sydney, ¡El mejor!) se hubiera detenido y con el se hubiera parado el tiempo en el local. Como si sus empleados hubieran envejecido sin darse cuenta, convencidos de que todas esas jornadas, calcadas unas a otras, hubieran sido un solo día.


Entrando a La Blanca, me acordé inmediatamente de Madrid. Las texturas, los olores, el mobiliario, la luz de fluorescente… me transportaron inmediatamente a esa esquina de cualquier calle de la ciudad en la que sobrevive, quién sabe como, un barcito o una cafetería. En ellos se oxidan, día tras día desde hace años, las mismas caras detrás y delante de la barra.


En aquella merienda descubrí que en determinados lugares se puede viajar en el tiempo y además en el espacio.

domingo, 10 de febrero de 2008

Imágenes de mi México


Aquí algunas fotillos de mis viajes....



Ambulante en Oaxaca vendiendo su cestería (próxima portada de la Lonely Planet;)

Con la Clarita en un muro de Oaxaca

Lucha de elementos en San josé del Pacífico (Oax.)

Gozándola en la playa de Mazunte (Oax.)

Atardecer en Mazunte


Yo, mi hamaca y el mar. Esta es la televisión que hay en PLaya Azul, Michoacán


La peña de Bernal (Qro.)

Un muro de Querétaro


Chac (dios de la lluvia maya), Uxmal (Yucatán)



En la isla Holbox (Quintana Roo). Sol, playa y carritos de golf.


Tulum (Q. Roo). Sol, playa y enormes gringos rosáceos



Y como no todo son viajes, entrega en la calle Tacubaya (Ciudad de México)

jueves, 7 de febrero de 2008

El cerro del Tepeyac

O lo que es lo mismo, el parque temático de la Basílica de Guadalupe, segundo centro de peregrinación cristiana con 14 millones de visitantes al año (ni Eurodisney).


Domingo, 12:00 del mediodía. Desde la boca del metro se respira ya el fervor, familias enteras, muchas venidas de otras ciudades y el campo, se dirigen ansiosas como atraidas por el poder que emana el milagroso manto. Nada más cruzar la puerta del recinto algunos se arrodillan, toman a sus niños pequeños en brazos y comienzan a avanzar trabajosamente hacia la basílica más moderna y gigantesca. Ésta guarda la capa del, entonces indígena y hoy santo, indio Juan Diego sobre la cual, cuenta la leyenda, se apareció la Virgen Morena.

Dentro del espacio circular se dan misas initerrumpidas todos los días del año y es el que acapara el mayor número de fieles. Las coronas de flores se acumulan en gigantescas montañas a los pies de la Virgen. Trás escuchar el sermón durante un rato la gente se encamina al túnel que permite pasar por debajo del altar y observar el resultado del milagro de cerca. En una lenta procesión, la gente se va subiendo a las cintas transportadoras que evitan que se atasquen demasiado contemplándolo, atascando el tráfico de peregrinos.

En ese momento, cumbre en la visita, el silencio de los fieles es ahogado por el sonido (un tanto LasVegasnesco) de miles de monedas golpeando contra las cientos de huchas colocadas con gran tino mercadotécnico.

En cada salida, por aquello de la ceremonia 24/7 , se ubica sobre un podio un curilla, con gafas de sol estilo policía gringo. Mientras con una mano reparte bendiciones urbi et orbe, meneando una brocha que unta en agua bendita, con la otra recoge ávidamente las monedas más grandes que la gente le deja sobre la mesa.

Después, se recorren el resto de iglesias, cada vez más grandes, que se fueron levantando en el cerro. O se sube a lo alto del mismo, donde hay una vista estupenda de la ciudad, o se visita la enorme estatua de bronce de JP2º o el papa móvil que usó en su última visita (cuando canonizó al Indio Juan Diego) .

Acabando la agotadora jornada, las familias se sientan a comer el taquito en la esplanada central o se hacen la foto con la imagen de la Guadalupana y el retrato del Papa sobre fondo floral.



De vuelta al metro, el inmenso mercadillo de iconos y motivos kisch/católicos aprovecha la mezcla de fervor religioso y de consumo para hacer su agosto.

¡Si este esquema no es igual al de una visita al Port Aventura, que venga dios y lo vea!

La verdad es que la excursión me impactó profundamente, por la emoción de la gente (de economías muy humildes y absolutamente entregados), por la opresora sensación de circo siniestro y por la constatación de que los conquistadores siguen ahí bien presentes.